El coleccionista de relojes

Foto: Adriano Moran
Texto: Martin Gallego

En este relato he hecho un poco de trampa. Un conocido tiene esta curiosa afición, y hacer un relato sobre ella era inevitable. Le pedí una foto a Adriano sobre un reloj e hice el cuento con una idea preconcebida, pero creo que el resultado vale la pena......


El coleccionista de relojes.

El día que murió su padre, Antonio se quedó con su reloj. Era un aparato sencillo, de los que hay que darle cuerda cada día, pero pensó que al hacerlo se acordaría de él. No se extrañó que estuviera parado. Luego pidió que le dieran el reloj de una tía por parte de su madre que no dejó hijos, y a partir de entonces en la familia ya era una tradición guardárselos. Pero siempre que le daban uno, no funcionaba. La gente decía que sí, que iban, pero el veía las agujas paradas en el momento en que el dueño dejó de ser. No entendía porqué sólo él los veía parados. Era una anomalía inexplicable e inútil. Luego, siempre hacía lo mismo: los ponía en hora, les daba cuerda y ya está, funcionaban. Pasado el tiempo, empezaron a darle los relojes de amigos, conocidos o compañeros de trabajo que habían muerto. Ya no eran sólo de pulsera, los había de cadena, de sobremesa y de pared. Algunos eran realmente feos, a pilas, de plástico, pero a él le daba igual mientras lo hubiera usado y mirado una persona que ya no estaba. Antonio pensaba que de esa manera se burlaba de la muerte porque el tiempo de ellos seguía corriendo, creía que así la parca no se había salido con la suya totalmente. Sentía una gran satisfacción interior paseando entre sus relojes, los miraba y veía el rostro de aquellas personas que habían desaparecido, estaba convencido de que su alma moraba entre ruedecitas, engranajes y agujas. Evidentemente, nunca se lo había dicho a nadie, ni siquiera a su mujer. No estaba seguro de que le creyera. Cuando ella enfermó, todo fue muy rápido. A los tres días de estar en el hospital los médicos plantearon una operación a vida o muerte. Cuando la llevaron al quirófano, Antonio se quedó en la sala de espera con su reloj. Lo miraba absorto, sin pestañear, controlando la duración de los segundos, oyendo el ruido acompasado de la maquinaria como si fuera el bombeo de su corazón, con los dedos en la ruedecilla sabiendo que estaba en su mano que las agujas no pararan de marcar un número tras otro, segundo a segundo, minuto a minuto, promesa de vida. No vio la figura oscura que se puso a su lado, pero sí oyó claramente como dijo: “Dame ese reloj”. Se le erizó el vello de la nuca, y sin apartar la vista de la esfera, el contestó: “Estas agujas no se pararán, tengo el don y lo voy a usar. Mientras La Vida no me abandone, lo vigilaré. Vuelve cuando yo no esté” La figura oscura se apartó un poco y dijo: “El tiempo y yo somos la misma cosa. Sólo La Vida se mide en porciones de tiempo. Ella se multiplica en sucesivos ciclos encadenados como los segundos de un reloj. Yo reclamo el fin de cada ciclo. Tu don desaparecerá contigo cuando acabe tu ciclo ya que altera el orden natural de las cosas. Aprovéchalo”. Sin dar opción a réplica, la figura se fue y Antonio siguió mirando las agujas avanzando segundo a segundo, minuto a minuto, mientras una lágrima de vida cayó por su mejilla….

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola.Me gusta mucho tu idea, al fin y al cabo ahí está la gracia de la fotografía, en conseguir que cuenten historias. También me gusta tu forma de escribir, aunque todavía no he leído muchas historias. Hasta Luego!